Mentiras, una serie que incomoda porque dice la verdad


Por Ezequiel Nova 

En tiempos donde el entretenimiento parece refugiarse en lo banal, Mentiras irrumpe como una bofetada de realidad. No es una serie fácil de ver. No pretende serlo. Su narrativa está diseñada para incomodar, para poner en tela de juicio nuestros juicios, nuestras certezas, nuestras propias mentiras.

La historia gira en torno a una acusación de violación, pero el verdadero corazón de la serie no está en la resolución del caso, sino en el enfrentamiento brutal entre dos versiones de la verdad. ¿A quién creemos? ¿Por qué? ¿Qué papel juega la percepción, el poder, el género y la sociedad en la construcción de la verdad?

Mentiras nos obliga a mirar hacia donde normalmente desviamos la vista: la ambigüedad moral. Nos muestra cómo el sistema judicial no siempre responde con justicia, cómo los medios moldean narrativas, y cómo los prejuicios personales pueden enterrar los hechos.

Más que una serie, Mentiras es un experimento emocional. Desconcierta, frustra, divide. Y eso es precisamente su mayor mérito: nos obliga a pensar. A cuestionar. A debatir.

No es una historia de buenos y malos. Es una historia de humanos, con todas sus luces y oscuridades. Y eso, aunque duela, es mucho más necesario que cualquier final feliz.

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