Apagones y calor, la doble condena del pueblo


 
Por Ezequiel Nova 

En los barrios del país la desesperación se palpa en cada esquina. Las noches se han convertido en un suplicio: apagones interminables, abanicos apagados y familias enteras tratando de espantar el calor con pedazos de cartón. No es solo una incomodidad, es una tragedia cotidiana que golpea con más fuerza a quienes menos tienen.

Los niños no pueden dormir, los envejecientes se deshidratan, los pequeños negocios pierden sus productos refrigerados y la gente se siente abandonada. El calor implacable, que ya de por sí es insoportable, se multiplica cuando la luz se va. Y mientras tanto, desde los escritorios oficiales se habla de avances y de soluciones que nunca llegan a los barrios.

La gestión de Celso Marranzini al frente del sector eléctrico ha sido incapaz de aliviar este sufrimiento. El pueblo escucha promesas, pero lo que vive son noches oscuras, días insoportables y una calidad de vida cada vez más precaria. La energía eléctrica no es un lujo, es un derecho que sostiene la dignidad de la gente.

No se trata de estadísticas ni de discursos técnicos, se trata de madres que velan a sus hijos sudando en colchones calientes, de trabajadores que llegan agotados y no encuentran un mínimo de alivio en sus hogares, de jóvenes que no pueden estudiar porque la vela y el celular no dan para más.

La población está pagando con lágrimas, cansancio y desesperación la mala gestión del sistema eléctrico. Y lo más doloroso es que el sufrimiento se concentra en los más pobres, en aquellos barrios que siempre han cargado con el peso de las promesas incumplidas.

El pueblo merece más que excusas: merece luz, merece respeto y merece un trato digno.

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