Por Ezequiel Nova
La Casa Alofoke es el fenómeno digital que tiene a medio país pegado a YouTube como si fuera misa obligatoria. Pero ojo: lo que para muchos es “entretenimiento”, en verdad deja al descubierto un cuadro más feo que un apagón en Nochebuena: estamos frente a una sociedad con un vacío emocional del tamaño de una catedral.
La gente no está mirando la Casa Alofoke solo por chisme o morbo; la consume porque allí encuentra drama, emoción y hasta un sentido de pertenencia que no le da ni la familia, ni la escuela, ni la iglesia. ¿Duro? Sí, pero es la pura realidad: estamos criando generaciones que buscan consuelo en YouTube porque en la vida real nadie los escucha.
Santiago Matías se ha convertido en el gran titiritero del morbo: sabe mover las fichas, convierte cualquier pleito en oro digital y cualquier lágrima en tendencia. Y mientras él y su equipo facturan millones, miles de dominicanos encuentran en esa casa ficticia el abrazo que no tienen en la suya.
La Casa Alofoke es un espejo sin filtro: muestra que somos un pueblo hambriento de afecto, sediento de atención y con una crisis emocional que nadie quiere enfrentar. Y mientras los políticos hablan de “progreso” y “desarrollo”, la realidad es que el dominicano común está buscando familia en un reality.
La pregunta es: ¿vamos a seguir aplaudiendo y compartiendo, o tendremos los pantalones de aceptar que lo que mantiene vivo este show no es el talento, sino la soledad y la carencia que llevamos por dentro?
Porque la verdad es esta: la Casa Alofoke no es un simple entretenimiento, es la radiografía de un país que llora en silencio… y se ríe con un celular en la mano.
Y si esto no nos abre los ojos, entonces que nos metan todos en la Casa Alofoke… porque al paso que vamos, parece que la calle se mudó pa’ YouTube y la vida real se quedó vacía. ¡Fuego a la lata!
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