Por un momento viral, perdemos mucho más que privacidad. Perdemos empatía.
Por Ezequiel Nova
El reciente caso de Aniris y Víctor, ampliamente difundido en redes sociales, no solo se volvió tendencia: se volvió un síntoma.
Entre el entretenimiento y la exposición
Lo que para muchos fue un momento “gracioso” o “curioso” en redes, dejó al descubierto una verdad preocupante: nos hemos acostumbrado a consumir el dolor ajeno como entretenimiento. Comentamos, compartimos, editamos videos, hacemos memes. Pero pocas veces nos preguntamos: ¿qué historia real hay detrás de esas imágenes?
Aniris y Víctor no son personajes de ficción. Son personas reales cuya intimidad, contexto y humanidad fueron desplazados por la necesidad colectiva de obtener likes y seguidores.
¿Nos estamos desensibilizando?
Con cada nuevo "trend" basado en personas vulnerables o momentos de crisis, vamos perdiendo sensibilidad. Grabamos antes de ayudar. Viralizamos antes de entender. Juzgamos sin contexto. Las redes no nos volvieron así: nos ofrecieron un espejo, y nos mostramos tal como somos.
¿Qué estamos premiando con nuestros clics?
Cada reproducción, cada comentario burlón, cada “me gusta”, tiene consecuencias. En la economía de la atención, el algoritmo premia lo que consumimos. Y si lo que más se consume es el sufrimiento ajeno, entonces estamos construyendo una cultura donde la dignidad vale menos que un minuto de fama.
Reflexionemos antes de compartir
No se trata de culpar a quienes viralizan, sino de hacernos responsables como audiencia. Las redes sociales pueden ser herramientas poderosas para conectar, denunciar y movilizar. Pero también pueden ser escenarios de crueldad disfrazada de entretenimiento.
Antes de compartir un video viral, pregúntate:
¿lo harías si esa persona fuera tu madre, tu amigo, o tú mismo?
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