Por Melvin Herrera
Todo comenzó la mañana del domingo 16 de agosto del año 2020, en el sector Isabelita, cuando la pequeña Liz María salió de su casa como cualquier otro día. Nadie imaginó que esa sería la última vez que se le vería con vida. Tenía solo 9 años y una sonrisa que llenaba la calle. Lo que parecía una salida inocente se convirtió en una tragedia que aún estremece a muchos.
Un hombre del barrio, conocido como “el Panadero”, que solía saludar y compartir con vecinos, usó esa confianza para acercarse a la niña. Le prometió un regalo que le llamó la atención. Con ese engaño la hizo entrar a su casa. Las cámaras del lugar captaron su entrada… pero nunca su salida.
Horas después, el mismo hombre fue visto saliendo en su motocicleta, llevando un saco que levantó sospechas. Iba acompañado de su hijo y, según más adelante admitiría, en ese saco había algo que ya no tenía vida. En sus propias palabras, él “la hizo callar” de manera permanente, luego de haber cruzado límites que nunca debieron ser tocados.
Para desaparecer toda evidencia, tomó el saco, le colocó peso, y lo lanzó en la zona del mar, cerca de una autopista. El objetivo era claro: que nadie la encontrara jamás. Y hasta el día de hoy, su cuerpito no ha sido recuperado, lo cual ha dejado una herida abierta en todo el país.
Cuando fue detenido, el hombre reconoció lo que hizo. Habló con frialdad de cada paso, como si repitiera una rutina. Dijo que no fue por impulso, que lo había pensado. Más tarde, intentó decir que lo obligaron a hablar, pero ya los hechos hablaban por sí solos.
Las autoridades actuaron y lo llevaron a juicio. No fue un proceso corto ni fácil, pero la evidencia fue más fuerte que cualquier excusa. El tribunal lo encontró culpable por llevarse, tocar y apagar una vida inocente. Fue condenado a pasar 30 años encerrado, pagando por lo que hizo.
El caso dejó al país en silencio por días. Gente que no conocía a la familia lloró como si la niña fuera suya. Fue más que una noticia: fue una alerta para cuidar a los más pequeños, para no confiar a ciegas, y para nunca olvidar que el peligro a veces se disfraza de vecino amable.
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