Por Ezequiel Nova
En una era donde los algoritmos definen la atención y las plataformas digitales sustituyen los escenarios tradicionales, el entretenimiento vive una transformación inevitable. Sin embargo, aún existe la creencia de que ignorar los contenidos populares —como La Casa de Alofoke o La Mansión de Luinny— es una forma de marcar distancia intelectual o social.
Nada más lejos de la realidad. No consumir lo popular no convierte a nadie en un espectador más consciente; simplemente lo desconecta del pulso cultural del momento. Estos programas, con todos sus excesos y aciertos, reflejan una parte genuina de la sociedad dominicana contemporánea: su ritmo, su lenguaje, sus aspiraciones y sus contradicciones.
El auge de estos espacios no es casual. Responden a una audiencia que busca autenticidad, inmediatez y representación. Las plataformas digitales han democratizado el acceso al público y cambiado las reglas del juego mediático. Hoy, lo popular no se impone por imposición de una pantalla, sino por elección de millones de usuarios que deciden qué ver, comentar y compartir.
Ignorar este fenómeno es nadar contra la corriente de la comunicación moderna. Adaptarse no implica rendirse a la superficialidad, sino comprender las nuevas dinámicas de consumo cultural. La tarea no es rechazar lo popular, sino aprender a analizarlo con criterio, separar el ruido del contenido y entender su impacto social.
Al final, el entretenimiento digital no solo refleja lo que somos, sino también hacia dónde vamos. En un mundo donde las tendencias construyen conversación y las redes definen influencia, evolucionar con los contenidos es parte de seguir entendiendo la cultura.

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