Rafael Corporán de los Santos: la grandeza de un hombre que nació en la carencia y murió en la entrega


Por Ezequiel Nova 
 
Rafael Corporán de los Santos no fue simplemente un animador, un comunicador o un empresario dominicano. Fue un relato vivo del país: un niño pobre que se abrió paso a fuerza de voluntad, un joven que soñaba con servir y un adulto que convirtió cada logro en una oportunidad para ayudar.

Nació en circunstancias humildes, marcado por las limitaciones materiales que conoció desde pequeño. Esa infancia difícil forjó en él una sensibilidad única hacia el sufrimiento ajeno. A diferencia de muchos que, al escapar de la pobreza, dejan atrás sus raíces, Corporán nunca se separó de ellas: las llevó siempre consigo como brújula moral y motor de vida.

Su ascenso en los medios fue meteórico. Con su voz cálida, su presencia imponente y su estilo inconfundiblemente genuino, se ganó el cariño de un país entero. Programas como Sábado de Corporán no eran simplemente entretenimiento; eran una mezcla de ayuda social, emoción, humor y esperanza para miles de familias que encontraban en él a un padre, un amigo o un defensor.

Corporán supo conocer la abundancia: fama, éxito, negocios, poder político, reconocimiento público. Sin embargo, también supo —quizás demasiado bien— la palabra “dar”. Regaló oportunidades, comida, medicinas, estudios, empleos. Parte de sus ingresos se desvanecían a diario en manos de quienes se acercaban a él en busca de alivio. “Mientras más tengo, más doy”, solía decir, y esa frase terminó siendo su patrimonio más fiel.

Pero esa misma generosidad ilimitada hizo que su vida financiera se fuera consumiendo. Mientras el país lo celebraba, él seguía entregándose sin cálculo, sin reservas, sin pensar en mañana. Y así, el hombre que lo tuvo casi todo en su momento de mayor esplendor, llegó al final de su vida con carencias materiales, pero con un corazón y un legado imposibles de medir.

Rafael Corporán de los Santos murió como vivió: sencillo, humano, apegado al pueblo. No acumuló riquezas, pero acumuló algo infinitamente más duradero: gratitud. Cada familia que recibió un gesto suyo, cada persona que encontró en él una mano amiga, lleva consigo una parte de lo que fue Corporán.

Su despedida dejó una lección silenciosa pero profunda: que la verdadera grandeza no se mide en bienes, sino en bondad. Que hay quienes nacen para tener, y otros que nacen para dar. Y Corporán fue, sin duda, uno de estos últimos.

Hoy su nombre vive no en monumentos, sino en la memoria emocionada de un país que reconoce que, aunque murió con poco, se fue con todo lo que importa.

Publicar un comentario

0 Comentarios