Por Ezequiel Nova
En cada rincón de República Dominicana, el Domingo de Resurrección se vive con fervor, recogimiento y alegría. Esta fecha marca el cierre de la Semana Santa y representa, para los cristianos, la resurrección de Jesucristo, un acontecimiento que llena de esperanza a los fieles y a la nación entera.
Una fe que se celebra en comunidad
En todo el país, desde Santo Domingo hasta los campos del Cibao, las iglesias católicas se llenan para celebrar la Misa de Pascua. Los templos se adornan con flores blancas y luces que simbolizan el triunfo de la vida sobre la muerte. Las procesiones, aunque más discretas que en días anteriores, son símbolo de un pueblo que no olvida sus raíces cristianas.
La tradición dominicana en Semana Santa
Aunque la Semana Santa en República Dominicana suele estar asociada también a días de descanso y viajes a las playas o al interior del país, el Domingo de Resurrección tiene un carácter más espiritual. Muchos dominicanos regresan a sus hogares para compartir en familia, asistir a misa y agradecer por una nueva oportunidad de comenzar.
No puede faltar en la mesa dominicana un buen almuerzo pascual: moro de guandules, pollo guisado o al horno, ensalada rusa y, por supuesto, el tradicional dulce de habichuelas con coco, que une generaciones alrededor del sabor y la tradición.
Testimonios desde la fe
“El Domingo de Resurrección es para mí un renacer. Venimos de días de reflexión, y este día nos recuerda que siempre hay esperanza”, dice Carmen Núñez, parroquiana de San Juan de la Maguana. “Es también un momento para agradecer por la familia y la salud”.
Un mensaje de renovación
La resurrección de Cristo representa más que un hecho religioso: es una invitación a cambiar, a perdonar, a vivir con amor. En un país donde la fe es parte esencial de la cultura, el Domingo de Resurrección se convierte en símbolo de unidad y renovación espiritual.
Así se vive el Domingo de Resurrección en la República Dominicana: entre la fe profunda, las tradiciones familiares y el deseo de un futuro mejor. En cada oración, en cada abrazo, en cada plato compartido, se refleja un pueblo que cree que siempre es posible volver a empezar.
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